No hay futuro sin memoria

El 1º de febrero, compartimos la marcha anti racista en disidencia a lo expresado por el presidente Milei. No fue solo una marcha mas para mí. Como siempre que lo hago, me produce una enorme emoción y una carga positiva de energía estar con tanta gente que persigue una sociedad mejor. Está vez lo hice junto a mi esposo, con quien nunca había compartido una marcha y con mi grupo de Adulteces. Claro que no fuimos solos, estaban los Lobos.

Y digo que no fue una marcha más, porque me hizo ver cuál era mi lugar nuevamente. Asistí a tantas, por mi futuro y el de los de mi generación. Una generación muchas veces ciega. Posterior a la de los jóvenes de los ´70. Que tuvo que sufrir la persecución y el golpe de la guerra de Malvinas.

Nací en 1966 y transcurrí casi toda la primaria y mi escuela secundaria en dictadura. Fui la generación “protegida” por las fuerzas armadas. Cuidado por una familia que sabía más de lo que creía y en una escuela Normal que prefería mantenerte en un número, antes que en alguien con nombre y apellido. Con los años, descubrí que mi querida Escuela Normal de San Martín recibía y albergaba a docentes desplazados de las Universidades y si era una Institución silenciosa y numérica,  se debía a que los y nos quería vivos. Fui la sociedad que miraba para otro lado a los atentados, los secuestros, las desapariciones, el robo de bebés, los soldados de la guerra muertos, la bicicleta económica y la culturalización extranjerizante.

Soy parte de una generación que descubrió, con la vuelta de la democracia, las atrocidades del pasado. Y me enorgullezco de estar en el grupo que se prometió el “Nunca más”, que investigó y se ocupó en descubrir una verdad, que en mi adolescencia estaba velada. Agradezco no quedarme con ese discurso fascista que intentaron inculcarme durante la dictadura y que hoy tristemente, muchos reviven.

Hice el servicio militar en 1985, en el Logístico 10 de Villa Martelli, un año antes de la triste “Semana Santa” y cuidé de alguna manera a los juzgados por los crímenes de Lesa Humanidad, porque ellos sí tuvieron un juicio justo y una ley que los amparara. Inicié mi carrera docente en 1986. Rebosante de libertad en los 80, dormida en los 90 y asolado por el temido e incurable sida y aguerrida en los 2000.  El cuarto de siglo XXI, se vislumbra trágico. Lo que creímos ganado, puede desvanecerse ante una sociedad cada vez más individualista, pareciera que nuestras luchas y enseñanzas hubieran perdido rumbo. Y en ese individualismo sentí creer que ya no podía hacer nada más. Pero los jóvenes y las familias de la marcha del 2 de febrero me motivaron. Verme rodeado de mis compañeros de adulteces me permitió ver nuevamente el camino, ahora somos quienes debemos trasmitir lo vivido, gritar a los cuatro vientos que no hace falta comenzar de cero, pero si defender lo ganado. Ya otros y otras murieron por esa causa. Ya otros y otras pusimos el cuerpo para dejar de sentir la vergüenza que nos habían inoculado. Caminar con mi esposo me dio fuerzas, caminar con adulteces medió energía, caminar con las nuevas generaciones me dio esperanza.

Somos adulteces, pero no viejos en algodones. No nos traten con dulzura de abuelitos, porque estamos curtidos, aprendimos a responder a la fuerza, el desprecio y la indiferencia. No escuchen nuestros consejos como verdaderos, solo ténganlos en cuenta. Porque es más fácil construir en un camino florecido por la memoria, que en un laberinto olvidado. 

Hugo del Barrio. 24/3/2025.


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